lunes, 30 de junio de 2008


"Si algo me fascina del Jazz - dijo Charlton- es la fugacidad de su música, el hecho de que su grandeza valga lo que vale el instante de cada nota, el momento en el que cada sonido reclama un protagonismo efímero para inmediatamente dejar paso a la siguiente estrofa, melodía, diálogo. Te pones delante de un saxofón, un piano o un contrabajo y entonces la magia aparece, llenando cada rincón de la sala y envolviendo a los presentes con una melodía frenética o pausada, dulce o rompedora... que no durará más de unos minutos. Pirueteando en un contrapunto cómplice y a la vez competitivo, los instrumentos se desatan dejando para el recuerdo lo mejor de si mismos, y dando a su entrada un valor infinito, que surge tanto de su virtud como de su vicio: se acaba y no volverá a repetirse, pero mientras dure es lo mejor que habrá en ese momento. El Jazz, como las grandes experiencias de la vida, ocupan su pequeño lugar en la historia de quien lo escucha (una noche, un concierto, un minuto de un solo o de un jazzman enfervorecido) y se esfuman para que otro tema, otra sesión u otro músico pueda marcar también su parcela de tiempo.

Con el tiempo he aprendido a apreciar cada session y a saborear de ella la inmensidad que tiene que ofrecerme, convirtiéndose cada una en el acompañamiento sonoro de un recuerdo vivo, que como tal se mantiene gracias a la música que en el instante lo acompañaba"

sábado, 28 de junio de 2008


"Tenerla encima era como sostener a una nifa de porcelana, como abrazar una escultura completamente perfecta. Sus curvas eran eternas, y acariciar su piel equivalía a acariciar las formas de una Afrodita o una Atenea.
Recuerdo que, durante el tiempo que permaneció a mi lado, me sentí como si una musa se sentase sobre mi regazo, como un poeta modernista al que la Fortuna le brinda la mayor inspiración para su obra.
Tal era su encanto..."